El segundo paso que podemos dar, ya, es colaborar en la obra del Evangelio, para que haya otras personas que sepan Quién es nuestra esperanza, el que nos mueve, para que compartan nuestra espera. Así la vida será también algo más alegre para ellos. Porque todo en la vida es un don de Dios… San Pablo nos lo recuerda con claridad: “Siempre que rezo por ustedes, lo hago con gran alegría. ¡Qué bueno que podamos rezar con alegría por los demás, en especial por los misioneros! Porque han sido colaboradores míos en la obra del Evangelio, desde el primer día hasta hoy. Ésta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre ustedes esta buena obra, la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús. Y rezo para que el amor de ustedes siga creciendo más y más en comprensión y en sensibilidad, a fin de que puedan discernir lo que es mejor. Así llegarán al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios” (Flp 1,4-6.8-11).
Además, nuestras comunidades deberían crecer en sensibilidad para todo, reaccionar ante lo que degrada la vida y la hace irrespirable: la violencia, las adicciones, la corrupción, el egoísmo, la avaricia, la contaminación fruto del consumismo desenfrenado, etc…. Para poder lograr todo esto, hacen falta momentos de desierto, de estar a solas con Dios, y momentos al lado del río Jordán, escuchando a Juan, el Bautista, y haciendo penitencia para compartir con los demás lo que vamos viviendo. Si somos capaces de compaginar los momentos de desierto y de río, seremos capaces de llegar a ser mensajeros de la esperanza y dejaremos de ser una huella intransitable, sino que seremos un camino por el que, el Señor, podrá acercarse con gozo y transitar con nosotros. Así viviremos un verdadero Adviento y ayudaremos a que todos vean la salvación de Dios. Como verdaderos discípulos-misioneros de Jesús.
A ustedes, queridas familias, las convoco a que se comprometan a hacer un verdadero adviento de sus vidas. Renueven sus hogares con la oración, la penitencia, la lectura y meditación de la Palabra de Dios, la recepción de los sacramentos, la cercanía con los más necesitados, el cuidado de los ancianos y enfermos y el cumplimiento de los propios deberes con dedicación y excelencia. De esta manera, Jesús volverá a nacer en ustedes y por ustedes en la sociedad toda. Por favor, no tengan miedo de apagar sus televisores y celulares para hacer ese espacio de desierto que les posibilitará escuchar al Espíritu Santo que hará surgir ríos de agua viva que las hará virtuosas a la hora de cultivar los valores evangélicos de la solidaridad, el amor, la unidad, el diálogo, el respeto, la amistad, la fecundidad, el testimonio, el cuidado de la vida y la paz.
Querida Virgen del Valle, somos tu familia, tu eres nuestra Madre, ayúdanos a ser un verdadero hogar abierto a Dios y a los necesitados.
Que el amor y el cuidado de la vida, de toda vida humana, sea el distintivo de cada familia catamarqueña, a ejemplo Tuyo y de José.
Que cada familia sea una verdadera escuela de amor, de oración, de respeto, de diálogo, de unidad, de perdón, de conocimiento de Dios, de cuidado de la naturaleza, de servicio, de compromiso ciudadano, de justicia, de trabajo, de libertad, de verdad, de alegría y de paz.
Que cada familia sea ‘discípula-misionera’ del amor Trinitario, dando testimonio de este Misterio, a ejemplo del cual vive y que lo anuncia con hechos y palabras, siendo una comunión de vida y amor a través de las saludables relaciones interpersonales de sus miembros.
Que cada familia sea esa pequeña ‘Iglesia doméstica’ de puertas abiertas que sale presurosa al encuentro de otras familias, forjando así el espíritu de una Iglesia en salida, sinodal y misericordiosa.
Que el mundo quiera volver a cultivar los valores perennes que dignifican cada vida humana en el seno de familias, donde se forjen maduras psicologías femeninas y masculinas conforme al plan creador de Dios y busquen la inspiración y ayuda en la Sagrada Familia de Nazaret y de tantos santos ejemplos de familia a lo largo de los XX siglos de cristianismo. Madre Santa, de verdad, que te necesitamos. ¡Óyenos!
¡¡Viva la Virgen del Valle!! ¡¡Vivan las Familias!