Ahora unas palabras para ti, querido Carlos. Acabas de decir que estás dispuesto a servir. La plenitud de la vocación humana y cristiana es ponerse al servicio de Dios y de la gente. Si de verdad quieres ser discípulo de Jesús debes estar muy atento para no dejarte arrastrar por fantasías que prometen felicidad sin ningún esfuerzo. La promesa de vida y de plenitud que ofrece Jesús es que lo sigas, poniéndote al servicio de la comunidad, allí donde se te indique y lo reclame la necesidad de la gente, y no donde a ti te gustaría hacerlo y menos aún donde por ciertos méritos crees que deberías servir.
Te recuerdo que, también a ti, te acechará la tentación de la resistencia a colocarte en el lugar del servicio, de la entrega humilde y generosa que no busca la recompensa. Ten cuidado de dejarte engañar con los malos ejemplos, que, hastiado por las ingratitudes, pueden hacer presa de tu corazón y pervertirte… ¿Acaso en nuestras comunidades no constatamos que se busca ser reconocidos, aplaudidos y convocados a los puestos de mayor visibilidad?... ¡Cómo nos cuesta aceptar el lugar invisible y sencillo desde donde servir al prójimo, por el solo hecho de ver en él el rostro de Cristo sufriente y necesitado! El bautismo nos consagró a todos para servir a Dios y al prójimo. Por eso, servir, muchas veces es sinónimo de obedecer… Y, hoy, aquí, querido Carlos, tienes el ejemplo: es María, obediente en la Anunciación y al pie de la Cruz… Así, es la humilde servidora…
Vas a recibir de la Iglesia, por intermedio de este servidor, los ministerios de Lector y Acólito, por eso te pido encarecidamente que te aboques con mucha generosidad a que cada persona que Dios ponga a tu alcance escuche la Palabra de Dios y pueda percibir cuánto la ama Dios, de manera que pueda alegrarse en Él (cf. Is 29,18-19). Y que tu servicio en la mesa eucarística te lleve presuroso a llevar a Jesús, Pan de Vida, a los ancianos y enfermos. Medita la Palabra de Dios y Adora a Jesús en la Eucaristía. Que seas reconocido por la gente por ser un hombre de Dios que escucha, ama, adora y sirve.
Que hoy, y para siempre, hagas tuya la fe y la súplica del salmista: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?... Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo… Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida” (Sal 26,1.4.13-14).
Y, así, como los ciegos del evangelio, a la pregunta de Jesús: «¿Creen que puedo hacerlo?», contestaron: «Sí, Señor»; que también tú siempre escuches en tu corazón que Jesús te dice: «Que se haga lo que crees». Y eso que Él obre en ti lo proclames con alegría (Mt 9,28-29.31).
A ustedes, niños, adolescentes y jóvenes aquí presentes los invito a que se dejen interpelar por Jesús y por las necesidades del mundo, estando dispuestos a dar una respuesta generosa al llamado a servir, sea en santo matrimonio, sea en santa consagración total a Él en el sacerdocio ministerial o en la vida consagrada y misionera. No tengan miedo a Jesús, Él no quita nada de lo bello que tiene la vida, sino que te da todo para que seas feliz aquí y ahora, y, plenamente en la eternidad.
Querida Virgen del Valle, Madre de los jóvenes y de las Vocaciones, conduce hacia Tu Hijo Jesús a cuantos buscan afanosamente el sentido de sus vidas, para que Él los cure de sus cegueras, sorderas y parálisis por medio de un llamado preciso, atractivo y resolutivo, que les permita experimentar el gozo de vivir en clave de servicio a los demás, por amor a Él y como Él, desprendidos de sí mismos y entregados totalmente a la Bondad y Voluntad de Dios Padre.
Sigue cobijando bajo tu manto maternal a nuestro hermano Carlos, que hoy instituiré Lector y Acólito, para que se configure con tu Hijo Jesús, que no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida por toda la humanidad. Que su corazón abunde de amor, ternura y misericordia con todos, para que quienes se acerquen a él, descubran al Dios Padre de la Misericordia y el Consuelo. Acompáñalo en su camino a recibir el don del Sacerdocio Ministerial para el que fue llamado por Jesús y para el que la santa Iglesia lo fue formando con paciente discernimiento.
Tú que conoces a todos tus hijos e hijas, protege en su caminar a todos los que se encuentran peregrinando hacia aquí desde distintos puntos de la patria para honrarte, agradecerte y suplicarte por sus necesidades materiales y espirituales. Que puedan llegar bien y gozosos de haber cumplido con su propósito de encontrarse contigo, después de largas horas o días de sacrificio, oración e ilusión. Por favor, impetra de tu Hijo Jesús, lluvia de bendiciones para ellos y para tantos y tantas que las necesitan, pero no creen que puedan recibirlas.
Ves que nuestra ciudad se va colmando de peregrinos, haz que cada uno de los que aquí residimos, abramos nuestro corazón con generosidad, paciencia y alegría por la presencia de cada uno de ellos, siendo hospitalarios para atender a sus necesidades y enriquecernos con el testimonio de su fe.
Madre, te alabamos, te bendecimos y te glorificamos. Amén.