La autoridad es abnegación, servicio humilde, ternura maternal y paternal hacia las personas, especialmente aquellas más necesitadas. Nos lo enseña Jesús «con su palabra y su ejemplo» invitando «a quienes están investidos de ella a mirar a los demás, desde su posición de poder, no para humillarlos, sino para levantarlos, dándoles esperanza y ayuda».
En el Ángelus del segundo domingo de noviembre, Francisco exhortó a reflexionar sobre el modo de ejercer un cargo importante, deteniéndose en la página dominical del Evangelio, en la que Jesús, «en el templo de Jerusalén, denuncia ante el pueblo la actitud hipócrita de algunos escribas. En la comunidad de Israel, ellos se encargaban de leer, transcribir e interpretar las Escrituras, y por ello «eran tenidos en gran estima y el pueblo les rendía reverencia», explica el Papa, pero «su comportamiento a menudo no se correspondía con lo que enseñaban».
Algunos de estos doctos, «con el prestigio y el poder de que gozaban, menospreciaban a los demás, se daban aires de superioridad y, ocultándose tras una fachada de pretendida respetabilidad y legalismo, se arrogaban privilegios e incluso llegaban a cometer auténticos robos contra los más débiles, como las viudas». En la práctica, «en lugar de utilizar el papel del que estaban investidos para servir a los demás, lo convirtieron en un instrumento de arrogancia y manipulación», aclaró el Papa, añadiendo que «incluso la oración, para ellos, corría el riesgo de dejar de ser un momento de encuentro con el Señor y convertirse en una ocasión de ostentación de respetabilidad y piedad fingida, útil para atraer la atención de la gente y obtener su aprobación».
Ellos - no todos - se comportaban como corruptos, alimentando un sistema social y religioso en el que era normal aprovecharse a espaldas de los demás, especialmente de los más indefensos, cometiendo injusticias y garantizando la impunidad. De esas personas Jesús recomienda alejarse, «tener cuidado» (cf. v. 38), no imitarlas.
Francisco propuso a los fieles que mirando su propia vida cotidiana, examinen sus actitudes y las evalúen a la luz de las enseñanzas de Cristo, interrogándose:
¿Cómo me comporto en mis ámbitos de responsabilidad? ¿Actúo con humildad, o me enorgullezco de mi posición? ¿Soy generoso y respetuoso con las personas, o las trato con rudeza y autoridad? Y con los más frágiles, ¿estoy cerca de ellos, puedo agacharme para ayudarles a levantarse?
Y finalmente invocó a María para que nos ayude a «combatir en nosotros la tentación de la hipocresía» y a «hacer el bien sin apariencias y con sencillez».